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Hablemos de educación

Sábado 15 de noviembre de 2014 | Publicado en edición impresa

Editorial I

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Es el momento de que los candidatos den a conocer sus propuestas para revertir la decadencia educativa de nuestro país

En estos años, la política gubernamental ha desdeñado dos valores esenciales para la sociedad. Son los valores que aporta la cultura del trabajo y del estudio.

En ese contexto, nadie debe sorprenderse de que Sarmiento sea objeto de burlas y no del respeto que debería comenzar por quienes tienen la responsabilidad de la educación pública en el país. El desprecio que han manifestado autoridades ministeriales por las evaluaciones comparativas internacionales que atestiguan desde 2003 el retroceso de nuestros chicos en las sucesivas pruebas PISA ha colocado a la Argentina en situación difícil: descalifican, con la temeridad de quienes creen saberlo todo sin saber nada, lo que el mundo toma con absoluta seriedad.

Y hasta se permiten desalentar la reprobación de exámenes propia de sistemas en que la sabiduría equilibra premios y castigos. Lo hacen con la laxitud de demagogos que anteponen un fugaz rédito inmediato a la vastedad de los intereses nacionales en juego en el mediano y largo plazo.

Si se van en diciembre de 2015 sin introducir cambio alguno en sus políticas, estos gobernantes dejarán al país carente de defensas que la Nación ha construido en el lento pero firme proceso de su historia, ése que le otorga identidad y lugar definido en el planeta y en el que se encuentra amparo en situaciones de desdicha y desvanecimiento institucional. Con tales defensas se protege también la Nación a sí misma del desorden social en tiempos de calamidades públicas.

Para no extender con exceso el cuadro de las comparaciones, los argentinos podríamos observarnos no más que en el espejo de alguno de nuestros vecinos. Si no quisiéramos hacerlo por un envanecimiento tan impropio como incomprensible, deberíamos formularnos al menos algunas indagaciones por la mera curiosidad de conocer qué legado dejaremos a nuestros hijos, qué quedará de resultas de persistirse en un cuadro como el actual para el porvenir de nuestros nietos.

Casi hasta 1960, nuestras fuerzas productivas eran equivalentes a las de Brasil; hoy, las diferencias son tantas que, en una maratón, los habríamos perdido de vista. ¿Cuántos somos los argentinos que hemos reflexionado sobre las razones de ese retroceso relativo cuya magnitud salta a la vista por la relevancia extraordinaria que nuestros vecinos han asumido en el mundo?

Podríamos dar una pista a raíz de la inmediatez con lo sucedido días atrás. A fines del mes último, 8,6 millones de adolescentes brasileños rindieron el Examen Nacional de Enseñanza Media. Una prueba de esas proporciones sólo se supera en otro acontecimiento anual, que se realiza en China, con la participación de casi 10 millones de jóvenes.

En Brasil, los exámenes concernían a conocimientos sobre matemáticas, historia, geografía, química, física, literatura, redacción y una lengua ajena al portugués.

El ámbito de tal competencia se replicó en 1700 ciudades y pueblos. Fueron de la partida 30.000 presos. La presidenta Dilma Rousseff pudo decir que en un fenómeno de esa naturaleza se valoriza el esfuerzo que los integrantes de la nueva generación de brasileños están dispuestos a poner de manifiesto. Una vez evaluados los trabajos, se instrumentará el sistema de becas por el que el Estado brasileño premiará a los hijos de familias humildes. El viejo y sano principio de la igualdad de oportunidades, pero a cambio de una demostración fehaciente de voluntad individual de esfuerzo y superación.

Después de esto, las universidades brasileñas decidirán de qué manera contemplarán los resultados. A fines de octubre no hubo exámenes de ingreso a las instituciones de nivel superior educativo; se trató de una evaluación general por las cual las autoridades gubernamentales, los padres y los alumnos sabrán lo que en la Argentina no puede saberse respecto de los propios adolescentes: cuáles han sido los colegios secundarios de cuyos elencos han salido los mejores promedio y de cuáles, los peores.

En Europa, en Asia, se atienden experiencias parecidas. Comparar es una de las vías más eficientes para conocer. Aquí, en cambio, se opta por el silencio y el ocultamiento de pruebas indubitables sobre la marcha de la educación. La complicidad está bastante generalizada nivelando para abajo una vez más.

Ante el menor atisbo de querer evaluar las capacidades docentes, los maestros y profesores argentinos son los primeros en levantar la voz en contra de dejarse calificar en sus competencias y acrecentarlas, no sólo para bien de ellos sino también de sus alumnos y, en última instancia, de toda la sociedad. Sin embargo, siempre están listos para discutir salarios, con amenazas de paro que casi siempre se terminan llevando a la práctica, como hace poco en la provincia de Buenos Aires.

El sueño sarmientino de alfabetizar la población a fin de dotarla de los mejores recursos para el trabajo y su desenvolvimiento social exige en el mundo de hoy una apuesta de mucho mayor rigor que en el pasado: lograr tasas elevadas de graduados que se hayan perfeccionado en el nivel terciario en conocimientos específicos a partir de una cosmovisión humanística.

La población de Brasil es alrededor de cinco veces la de la Argentina: 200 millones de habitantes contra 40 millones. Sin embargo, en Brasil se gradúa al año un millón de estudiantes universitarios frente a los 110.000 que lo hacen en la Argentina. ¿Qué sucede? El índice de graduación de nuestros vecinos casi duplica al de nuestro país: 5,2 y 2,7 por ciento, respectivamente, de graduados cada 1000 habitantes. Lo peor de todo es que tres cuartas partes de los estudiantes de universidades públicas de la Argentina no llega a graduarse; tampoco, más de la mitad de quienes cursan estudios en universidades privadas.

A poco de comenzar las campañas con vistas a las elecciones generales de octubre de 2015 es el momento de preguntar cuáles son las propuestas de los candidatos sobre la forma de intentar recuperar los antiguos niveles de calidad de la enseñanza pública en el país. Qué piensan de escuelas y colegios cuyos maestros y profesores perciben remuneraciones insuficientes en relación con la importancia de sus funciones. Qué políticas persuasivas y preventivas piensan adoptar para que la palabra de los docentes recupere ante padres y alumnos la jerarquía que ha perdido. Qué opinan, en fin, del ingreso irrestricto a las universidades públicas y de que los hijos de familias solventes cursen estudios en sus aulas según pautas de gratuidad que paga el conjunto de la sociedad.

Ha llegado la hora, definitivamente, de que los argentinos hablemos y reflexionemos sobre la educación de los argentinos..